martes, diciembre 26, 2006

Diagnóstico indeseable

Entre los tantos doctores que he visto últimamente, tuve que escoger al más sincero para mi último diagnóstico. A final de cuentas, él fue el que desmintió a todos los demás y me demostró, radiografía en mano, que mis dolores de cabeza y oído recurrentes eran causados por una terrible Sinusitis Crónica [too bad, I was beginning to like Zuzanka]. Con su atinada afirmación y efectivo tratamiento, me pareció de confianza para llevarle mis más recientes quejas de salud.

El punto es que una semana antes de los exámenes finales comencé a tener dolores en el pecho y sensación de falta de aire, además de que ante el más mínimo esfuerzo me hiperventilaba. Hipocondriaca como soy, creí que estaba al borde del infarto o que, en el mejor de los casos, tenía angina de pecho. Así que fui con el doctor, quien después de oír mi corazón y examinar mi respiración con detenimiento, tomó una decisión:

Mira, himeku, no sé cómo decirte esto sin lastimar susceptibilidades, pero la verdad es que no tienes nada. Me parece que el hecho de que vengas tanto a consulta y que hayas desarrollado sinusitis tienen la misma causa: Niña, te exiges demasiado. No te conozco, es más, ni siquiera sé qué haces o si estudias. Lo que sí sé es que de seguir con este ritmo de estrés vas a tener serios problemas de depresión a los 30 años y te vas a morir de un paro cardíaco a los 40. Yo era como tú, saqué las mejores calificaciones de la generación en la Universidad, y no me sirvió para mucho. El tiempo que me dediqué a estudiar lo desaproveché en el área social. Cuando me vi solo, me entró una depresión terrible. Entonces me dediqué a poner mi consultorio y una farmacia, lo cual me costó mucho trabajo porque no tenía conexiones en el medio como los demás egresados. Cuando lo logré, salí de la depresión; ahora vivo más relajado. Te ayudaría hacer ejercicio; tus caminatas diarias no son suficientes. Métete a un gimnasio, sal con tus amigos, vete al antro. Sal, mujer.

Al principio, me ofendí. Después me identifiqué, aunque casi de inmediato me desidentifiqué. Para el final me debatía entre la lástima por su caso y la alegría de que no fuera el mío. Creo que él es quien amerita tener una consulta, pero sentado en un cómodo diván y con un hombre de barba al lado que garabatee en un cuadernillo.

La idea de entrar al Gym sigue dándome escalofríos.

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