Desde el Insomnio

Hay una china iracunda bajo mi cama que de pronto saldrá preguntando por sus velas perdidas, yo le diré que debe buscarlas en la cocina y se me olvidará prevenirla sobre el sensor de movimiento. Lo curioso es que el apabullante sonido de la alarma nunca ocurre y dúdolo todo. Me pregunto si eso pasó mañana y si es por eso que no pasa ahora, o ahora.

¿Que mire? Con un carajo, lector, ven Tú y mira debajo de mi cama para cerciorarte de que nunca debiste hacerlo. Verás maravillas y mundos que se hacen la guerra rebotando el colchón bajo mi espalda. Encontrarás a Excalibur, el cuerpo de J. Hoffa, la cabeza de Villa, el Santo Grial, cuadernos de Morrison, duendes diminutos, un gran troll hambriento de ácaros. Dime si después de ver los hoyos negros devorando vestales atadas a los postes de mi cama puedes salir a contar que efectivamente la china iracunda perdió velas o canicas.

Podría no ser ella sino la nausea que me mantiene despierta a las cuatro de la mañana. El mareo por hipocondría. Quizá tenga un tumor. Para evitarlos se debe escribir, especialmente para prevenir tumores en la mano derecha. Los pensamientos podrían agolparse hasta ser vomitados sin ton ni son, como ahora, o podrían reprimirse causando un cáncer letal. En caso de que exista el alma un tumor benigno la haría demasiado grande para el cuerpo y escaparía en una columna de luz. Con uno maligno, hallaríamos la causa metafísica del transtorno bipolar. Se invertien los papeles si hacemos caso de Sade o Kubrick sobre la maldad esencial del hombre y vemos el alma como la esencia malvada sin potencias ni accidentes. Eso explicaría la ira de la china: ella Lo sabe. Debería dejarse de sinsentidos y subir a hacerme un masaje oriental de moda. Si no está de moda no sirve, qué diría mi caprichosa contractura muscular acostumbrada a baños de parafina. La nombraré. Desde hoy, querida tensión, te llamas Zuzanka, porque me gustan las manzankas.

Seremos amigas inseparables, lo sé.