sábado, octubre 10, 2009

Matt: Capítulo 3 "La Influenza y la resaca"

Cada año en Semana Santa mi familia materna toma las maletas y se enclaustra en la casa de Cuernavaca. El grupo de 15 personas se hospeda en un espacio en el que cómodamente caben 9 y durante cuatro días no paran ni las carcajadas ni los llantos de niños ni los ladridos de los perros ni la música ochentera. La calma y la privacidad se vuelven bienes tan escasos...


La Semana Santa de este año yo estaba deprimida por mi reciente vuelta al mercado de la gente disponible. En esas circunstancias, preferí quedarme en el D.F. con Coco. Durante cuatro días la tenebrosa casa de 2 pisos y muchas estatuas fue mía y sólo mía. Cuando desperté el segundo día decidí organizar una cena casera. ¿Por qué no invitar a gente que tenía muchas ganas de ver? ¿Por qué no invitar a los chicos del Círculo para que mi ex fuera y pudiera verlo aunque fuera un poco? Había tenido tiempo para meditar sobre la soledad y la gente en mi vida, así que invité a las 25 personas importantes, entre ellas a Matt. Le marqué para confirmar y me dijo que iba a estar en Cuernavaca, damn Murphy.


Pasé la tarde de compras y cocinando, preparando la mesa y demás labores domésticas inusuales. Sopa de cebolla, pasta con verduras ahumada, nieve de mango, vino jamás abierto, Youtube, horas de plática, bailar como Prabhu Deva (Benny Lava). D Master Veit acampó en el cuarto de Ruy esa noche y fue lindo tener roomie por un rato.

Las semanas siguientes decidí salir con amigos hasta el cansancio. Matt y yo fuimos al Café Alemán. Ahora era cineasta. Se veía más alto y con el cabello más largo que el mío envuelto en una colita mejor hecha que la mía. Hablé de intimidades vergonzosas como las que se cuentan a un amigo en quien no se tiene el menor interés romántico. Llevaba poco tiempo soltera y lo último en el universo que pasaba por mi cabeza, aún clara, era volver a pasar por the whole shebang.

Y entonces llegó la influenza con la semi-cuarentena que nos sacaría de la escuela y el trabajo durante semanas. Qué hacer sino retomar Second Life y convencer al señor Matt de que se integrara. En línea y en vivo exploramos un castillo Medieval, fuimos a Japón a una lectura de cuentos tradicionales, bailamos metalleramente en un cementerio, compramos demasiada ropa, escuchamos capítulos de "Alice in Wonderland", nos perdimos en Space Mountain y nos tomamos fotos en un set de Las Tortugas Ninja. También fueron días... interesantes.... en la vida real. Conocimos a Klaus Nomi, conseguimos boletos para Café Tacuba, vimos -vio- Ju-On, y pasamos tardes distrayéndonos el uno al otro de pensar demasiado.

Hubo ratos deprimentes en esas semanas, particularmente una noche cuando mi ex me rechazó con la justificación de perseguir proyectos profesionales como los que yo dejara pasar for the sake of our lost relationship. C'est la vie. Ahí se consolidaron el desenamoramiento y el dis-attachment que ya venían cocinándose y que fueron indispensables para que la "Matt story" continuara. En ese mood planeé un viaje a Cuerna para celebrar mi cumpleaños 22.

Matt se había vuelto de los amigos más relevantes, así que alineamos un fin de semana que no tuviera llamado y cerramos el viaje con los chicos del Círculo Sagrado: Mike, Reizak, Kanchi, Abril, D. Master Veit, Alito, Joruas, Vázquez, Ruy, Richich, Omar y Bosco. Un grupo con poca diversidad pero que prometía y cumplió con grandes momentos.

El día antes del viaje Matt me llevó a una tocada de "Los Dragulas". En el pequeño bar de la Colonia Roma escuchamos Smooth de Santana 3 veces... 3 veces después de años sin escucharla. Yo usaba un anillo "decenario". Esta maravilla de anillo está hecha de dos aros superpuestos, donde el de afuera tiene 10 topes y está encarrilado en el de adentro para que pueda dar vueltas mientras se rezan los aves marías de cada misterio del Rosario. En voz alta no suena tan bien, jeje. En fin, esa noche Matt desarrolló la manía de dejarlo en mi dedo pero darle vueltas a voluntad, de forma que estuvimos tomados de la mano casi toda la noche. Hice un cumplido sobre su pulsera verde-morada-negra y a mediados de la velada ya era mía. Él consiguió uno de mis anillos, aunque JAMÁS el decenario. Hacia el final, ya me tomaba de la cintura mientras bailábamos frente al escenario.

Las cosas estaban avanzando abrumadoramente rápido e hicieron corto circuito en mi cabeza. No podía hacer nada, no quería... ¿o quería? No. Tuve insomnio esa noche pensando en lo peligroso que se había tornado un inocente viaje de fin de semana. Recordé los meses de enamoramiento intenso en la preparatoria. Eramos personas nuevas. Era un sentimiento distinto permeado por muchas ansiedades.