viernes, junio 30, 2006

Conversaciones

Sales temprano de clase de Contabilidad. Entendiste un tema difícil y sales con una sonrisa franca y tu canción favorita en la cabeza que da el perfecto fondo para una tranquila caminata a la cafetería. Acaban de surtir el refrigerador y tienen el helado que te gusta y que es difícil de conseguir. Vas a formarte en la fila, pero no la hay: estás solo frente a la cajera. Te sientas, satisfecho, en una mesa que parecía reservada para ti.

De pronto, tu canción interior se ve interrumpida por una voz chillona. A tu alrededor hay otras mesas ocupadas y en una de ellas está un grupo de mujeres que no comen nada pero que beben agua de botellas iguales como si de eso dependieran sus vidas. Una está hablando y las demás la observan con admiración. Dice que la amiga de su prima vio a la "naca" de Fulana en un antro besándose y tocándose con el exnovio de Perengana. Las presentes hacen ruidos y suspiran con indignación; crees que tal vez tuvieron un accidente y perdieron la capacidad de expresarse correctamente. Las compadeces hasta que momentos después una de ellas compara la situación con algo que ocurrió en la telenovela del día anterior. Hay una conmoción general y las voces se funden en un estruendo insoportable.

En otra mesa hay un hombre y una mujer. Él utiliza una camiseta sin mangas que le comprime el cuerpo absurdamente y ella le mira con genuino interés. Te enteras, tras escucharlos un rato, de que él se mantiene en forma yendo al gimnasio todos los días antes, después, entre y durante clases; pero que casi no le reporta esfuerzo porque tiene mucha disciplina. Ella le lanza una indirecta sobre salir algún día y él, sin darse cuenta, la rechaza diciendo que suele estar muy ocupado ejercitándose. Luego recapacita y la invita el viernes a algún lugar para "conocerse mejor"; ella finge naturalidad. Acepta y hay un silencio incómodo en el que ella probablemente se reprocha el no tener nada que decirle; y él, si puede pensar, tal vez esté repitiendo la conversación en su cabeza y vanagloriándose por haber conquistado a la mujer "como lo tenía planeado". Ella rompe el silencio, diciendole un cumplido y se reanuda la conversación sobre los deportes que él practica, las horas de entrenamiento, etc.

En la tercera mesa hay unos cuantos muchachos llenando sus álbumes de estampas de jugadores del mundial. Sus caras parecen asumir cierta vergüenza disfrazada de sinismo infantil: "¿Y qué si me veo ridículo, tal vez eso me haga más popular". Lo peor del caso es que, por lo que has visto en los últimos días, el llenado del dichoso album se ha convertido en un rito socialmente alabado. En fin, los muchachos se hacen bromas que generalmente involucran situaciones sexuales y/u homosexuales. Es curioso que entre cada muestra de superioridad intelectual, se tocan, abrazan y dan palmadas por todos lados. Cuando se han quedado secos del tema, las caricias quedan injustificadas, así que hablan sobre distintos autos de lujo y sus velocidades o sobre distintas "viejas" y sus ídem. Se retoma el rubbing.

Detrás tuyo suenan otras cosas, pero la náusea se hace presente. Te levantas, tiras tu helado y sales sintiéndote peor persona. Si esto sigue repitiéndose cada semana, tendrás que dejar de entender Contabilidad.

sábado, junio 24, 2006

Su sensualidad

Algunos pasos antes de los torniquetes distinguí a un hombre muy alto parado en el andén. Tenía el cabello quebrado y largo y nada en las manos, esta especificación es importante porque casi nunca se ve en el metro a alguien con las manos vacías de bolsas o de esas mochilas desterradas de los hombros por comodidad o por miedo a que "te bolseen"—. El hombre no llevaba nada que pudiera estorbarle; ninguna posesión, más allá de su ropa, que pudiera darle seguridad. Apenas pasé el torniquete, el gran gusano naranja hacía su aparición. Una de las puertas se abrió justo frente al hombre y yo, por la prisa y la causalidad, entré en el mismo vagón que él. Sus gritos rompieron los pocos murmullos. "Mi sensualidad...", comenzó. Y aunque no recuerdo a la perfección sus palabras, se me quedaron grabadas algunas frases.

"Y es que la sensualidad es vista como una profanación, y debería tomarse como una enfermedad de la que muchos infelices padecemos, febriles."
"Claro que tenía mis reglas, las mujeres de los amigos eran asagradas. Así preferí dejar de tratar a algunos amigos."
"Hubiera cambiado tres pláticas con Einstein por una aventura de diez minutos."

Siguió forzándose en gritar ese monólogo aprendido de memoria. La gente hacía como si lo ignorara. Yo, entre los que lo escuchábamos sin fingir pero con miedo de mirarlo a los ojos, no podía abarcar la complejidad de la escena. Llegué a mi parada. El hombre se calló y los dos bajamos. Me dirigí a la salida creyendo que él iba detrás, pero cuando voltée el hombre se había parado frente a las puertas de otro vagón como midiendo el lugar justo donde se abrirían las del próximo tren.

lunes, junio 19, 2006

Teresa

Teresa, cariño, mira a la cámara.



















Vino gente que te quiere conocer.


















Nos duele, ¿verdad?


















A mí tampoco me gusta estar rota. Hay que acompañarnos hasta que sanemos, querida. Qué suerte fue encontrarnos.

domingo, junio 18, 2006

Diálogo amistoso

You shouldn't get used to this. I don't cook for anyone, not even for myself. —said Guajis as she checked on the omelette on the stove.
—It's OK, I know —Hime said this with the kind of look on her face that made Guajis want to investigate further—. A couple of weeks ago, I had to make brakfast for him.
—And how did you feel?
—Married —they said in unison. It was fun to see them both in the kitchen improvising a meal.
—So you gave him a taste of what it would be like to be married to you.
—You make it sound as if I gave him a sample.
—Not just a sample, but a free sample.

—I didn't notice I was taking the surrendered wife's role —she choked a bit when she said these last words—, how disturbing. At that moment it seemed right.
—Of course it did, free samples are the ideal hook for compromising with something that will never be as good.
—So you think I should quit these displays of abnegation in order for him to stop finding me in this manner available?
—All I'm saying is that you should take one last good look at this picture. I don't cook. Not even for myself.

viernes, junio 16, 2006

Coincidencia

En una de esas extrañas tardes cuando sólo queda ir y venir por los canales de televisión nacional, me topé con una emisión "cultural" y una serie de imágenes musicalizadas. Eran ilustraciones de mujeres de ojos rasgados, hermosísimas. Parecían querer escapar del lienzo hipnotizadas por la cadencia inexplicable de la música. Esperé hasta el final para ver el nombre del artista: Yoshitaka Amano. De inmediato busqué en Internet y resultó:

a) Creador de la mayoría de los personajes de la Saga de Final Fantasy, videojuego que consumiera tantas horas de mi vida
b) Autor del anime "La Fuerza G", inolvidable para quienes lo viéramos hace no mucho años
c) ¡Diseñador de kimonos, cerámica, emplomados y escenografía! Versátil, huh?
En fin,

lunes, junio 12, 2006

El groove de la Alameda

Ayer fue uno de esos días en que los astros se alinean de tal manera que durante dos horas la ciudad queda vacía y extrañamente segura. También los violadores y asaltantes ven el fútbol, ¿no? La calma imperante exigía una salida tranquila, así que El Laboratorio Arte Alameda fue idóneo. Para los que no lo conocen es un museo que está a un costado de Metro Hidalgo, antes de la Alameda. En algún tiempo fue Iglesia y conserva la fachada, amarilla, vieja y terrorífica; pero ahora, al entrar, se llega a un espacio artístico atemporal. Esa fue mi impresión al ver la muestra del "francoargentino" Julio Le Parc.

Este hombre, desde los años sesenta, se ha dedicado a hacer experimentos con energía cinética. En "Le Parc Lumière", como se titula la exposición, hay obras que podrían clasificarse en alguna de las áreas de la plástica sin ser totalmente esculturas ni pinturas ni instalaciones. Describirlas, sin embargo, implicaría poner en evidencia sus mecanismos y quitarle a las obras su encanto unívoco; exponerlas así sería remitirlas a simples aplicaciones de Física o Ingeniería. Y una de las cosas que el autor pone a prueba, tal vez sin darse cuenta, es la reacción ideal del espectador ante la obra de arte (como diría Yamil: vivir la aesthetic experience). El espectador, si se permite no ser un crítico, vive la experiencia estética que no pude cuestionarse. Quien vive una experiencia estética e intenta explicarla sólo logra una justificación a medias haciendo uso de sus conocimientos sobre materiales y técnicas. La obra de Le Parc exige un nivel avanzado de diálogo. Existe la trampa material que pica la curiosidad; para librarse de ella sólo falta escuchar a la obra.

Inmersos en el discurso de la muerte del arte, el imperio del utilitarismo, y la decadencia del hombre, estas creaciones dan una esperanza. Hablan de una realidad cambiante, rítmica, luminosa, aparentemente desordenada e inestable, llena de patrones. También abren grandes interrogantes: ¿Es posible que no se excluyan mutuamente la belleza y la técnica? ¿La técnica, como aplicación de la ciencia, se desnaturaliza si no es pragmáticamente útil? Estas preguntas, tan teóricas, tal vez puedan resolverse con la e(in)volución tangible del arte.

La recomendación no estaría completa si no hablo de la psicodelia. El carácter de la exposición, situado en su contexto, abre la posibilidad abierta de interactuar con e indagar todo sobre cada uno de los experimentos. El aura acompaña de principio fin y remite al sonido del órgano y el bajo y la voz de Jim; las imágenes de Lucy in the sky with diamonds; la intermitencia de Hendrix.

Gusanos encendidos.

Reflejos repetición.

viernes, junio 09, 2006

Exposición long lost

Sí, lost porque fui dos días antes de su adiós impostergable. Y es en verdad una lástima no haberla visto antes para correr la voz. La cita fue en el Museo Nacional de Arte (MUNAL) y el nombre, "Territorios de Diálogo: México, España, Argentina". Hubo fotografía, pintura, litografía, xilografía. La condición para que todos estos géneros convergieran era que hubieran sido creados entre los años de la guerra civil española y reflejar, cito, la melancolía y el presagio, una realidad compleja e imágenes de emergencia y percepciones imaginarias. Sin más, he aquí algunos de mis hallazgos:




Lo que está por venir
Leopoldo Méndez































El baño de San Juan
Julio Castellanos














Alegoría del bien y el mal
Luis Fernández







En el vínculo a la página del museo les recomiendo: Monumento fúnebre del capitalismo industrial de Juan O'Gorman, Eco de un grito de David Alfaro Siqueiros y Manifestación de Antonio Berni. Si esto les gusta, tal vez les interese buscar algo en fotografía de Emili Godes (Paisaje a través de las alas de una libélula), Nicolas de Lecuona, Horacio Coppola (The blind man). En pintura y litografía están Diego Rivera (Las tentaciones de San Antonio), José Clemente Orozco (Las masas), Francisco Mateos González (El jardín de los locos), Lino Enea Spilimbergo (El escultor) y Wolfgang Paalen. Ojalá tengan mejor suerte que yo encontrándolos.

viernes, junio 02, 2006

Crónica llena de Fallas

FALLA #1.- INFORMACIÓN INSUFICIENTE
Anuncian muy discretamente una junta informativa donde se expondrán las opciones para adelantar horas de servicio social en el verano. Con tan poco quorum es evidente que la asistencia no será determinante para inscribirse en alguno de los proyectos. Voy. Como suele suceder cuando se tiene una idea maravillosa, se obtiene un teléfono importante o se asiste a una junta de servicio social, no llevo nada en qué anotar. Así, con la información escrita en los bordes que rodean a unos apuntes de Administración, comienza la series of unfortunate events. Al revisar mis notas todo suena perfecto. El proyecto que quiero parece leerse:

Transporte universidad
Intensivo Centro Com. Santa Fe
Apoyo tareas, clases manualidades, danza y fut.
Niños primaria colonia marginada.
180 hrs. junio 1-30, de 9-13 o 13-17

Veo a la secretaria de desarrollo social, firmo mi carta compromiso y justo después me pregunta si tengo el croquis. Claro que no lo tengo y no me importa, la escuela nos lleva... ain't that right... Ms.? No. La carta compromiso tan cerca y yo sin poder romperla. Pero ni modo, como autocastigo por la distracción, más chingarse y menos lamentarse.

FALLA #2.- FALTA DE PREVISIÓN
Luego de buscar a la coordinadora durante días, no hay respuesta. Un día antes de la aciaga fecha, me busca. Rápidamente me explica el croquis que sostengo mientras hablamos por teléfono. Es muy sencillo, mira, ¿tienes coche?... Entonces te vas al metro, agarras un camión, buscas una farmacia, bajas, subes, vuelta a la derecha y preguntas. Got it. Doy una revisada rápida al mapa on-line de la ciudad. Encuentro una colonia cuya existencia me había sido deliberadamente oculta. Duermo intranquila. Mi madre, a quien no saqué del error del transporte para evitar una discusión acerca de su sobreprotección, me deja en la universidad. Un camión al metro: $2.50. Y de aquí pa' dónde.

FALLA #3.- IGNORANCIA Y ATAQUE DE NERVIOS
En el metro busco el otro camión. Me trepo en uno y le pregunto al chofer. No entiende. Le enseño mi croquis. Se ofrece a llevarme a la base. Le pregunto la cuota. Dice que es gratis. Me deja en la base que está cruzando la calle. ¿Por qué no la había visto antes? Me dice que tome el camión que dice Santa Lucía. Miro a mi alrededor el terreno semivaldío con los camiones estacionados en fila; busco y me gano la unrequested attention de algunos choferes. Vuelvo al andén. Espero y no llega el camión. Al cabo subo a uno que dice otra cosa. ¿Llega a Jalalpa? Hasta allá sólo el que dice Santa Lucía. Bajo. ¿Llega a Jalalpa? Hasta allá sólo el que dice Santa Lucía. Bajo. ¿Llega a Jalalpa? Hasta allá sólo el que dice Santa Lucía, pero yo te dejo una cuadra antes. Le enseño mi croquis. Te dejo una cuadra antes. Toto, I've a feeling we're not in Fairy Land anymore.

La ruta resulta no ser la que delineé en el mapa un día antes, así que después de treinta y tantos minutos estoy extremadamente nerviosa al ver el paisaje surrealista donde las calles no solo no tienen los nombres que recuerdo de mi investigación, sino que no tienen nombres: están simplemente numeradas. Llegamos a Av. Santa Lucía, me relajo. Estoy a punto de bajarme cuando veo una farmacia. Es más arriba, dice el chofer. El señor sentado atrás me pregunta a dónde voy. Jalalpa. Esa es otra colonia. Le enseño el croquis. Me escucha y se ofrece a avisarme. Tras una eternidad, la señal. Camino una cuadra y veo la calle con las subiditas y bajadas. Camión a "Jalalpa" $3.50.


FALLA #4.- FALTA DE PRECAUCIONES
Cuando tomo la calle, me doy cuenta de lo pobre que es el lugar en el que estoy. En ningúna dirección se ven rescoldos de la civilización a la que estoy acostumbrada. No hay edificios altos sino casas deslavadas con techos débiles. No hay grandes establecimientos sino algunas pollerías, las recauderías (que creía extintas), tlapalerías, abarrotes y fonditas. Olor a letrinas. Casi no hay mujeres en la calle. Apenas veo a una con su hijo de la mano, acelero el paso y camino detrás. En estos casos la belleza objetiva no importa, puede ser incluso inexistente; los hombres alrededor, con la única condición de que lo que se les atraviese tenga tetas, harán insinuasiones violentas y explícitamente sexuales. Después de las primeras muestras de educación popular y acercamientos no deseados, estoy asustada as hell. El secreto, creo, es no perder la seriedad absoluta del gesto.

Al llegar a lo alto pregunto a la mujer por el Centro Comunitario. No hay ninguno por ahí que ella recuerde. Por lo menos veo que el nombre de la calle con la que topo coincide con las descripción de la coordinadora. Camino cuatro o cinco cuadras a la derecha, ya sin la mujer. En la acera opuesta hay unos hombres demacrados y sucios que me miran fijamente. Acelero el paso, haciendo esfuerzos sobrehumanos por que no se note mi preocupación, y me detengo afuera de una fonda donde pregunto por la Iglesia/Centro Comunitario. Me explican que la acabo de pasar. Al mirar atrás veo que uno de los hombres se cruzó la calle y me mira por debajo de la visera de su gorra, recargado contra un árbol.

Es fácil imaginárselo, estereotípico, tirado a un lado del camino con una botella en la mano, un gran sombrero sobre la cara y un ancho gabán que le cubre lo flaco del torso. Él, recargado contra el árbol, ilustra la involución natural que sigue a la cómica escena del mexicanito borracho: Después de haber sido levantado a patadas del piso, se limpia la sangre y acepta la gorra y ropas sucias, las herramientas toscas y una promesa de integración social recompensada con un salario minúsculo. Es el hombre humillado que no olvida, y que sonríe al pensar que algún día se vengará violando a la hija del cacique sin mirarla, sólo excitado por su resentimiento. Entre estos pensamientos no escuchó bien las indicaciones y creo entender que hay que bajar por una barranca. El hombre me observa al bajar. Ahora se posesiona de mí un terror que no conozco, que es profundamente egoísta. Me veo abusada, torturada dedo por dedo y abandonada en un canal. Sólo me importo yo, me importa no dejar de ser, así tan de pronto. El hombre separa su espalda del árbol y va a caminar hacia mí. Entonces regreso casi corriendo hasta a la fonda. Me explican que no hay que bajar sino retroceder sobre la misma calle (pasando al lado de donde está el hombre). Ya no es prioridad esconder mi consternación, de manera que debo verme muy asustada. Le menciono a la mesera que me da miedo el "Don" y me responde con impaciencia que ése no hace nada.

Al volver sobre mis pasos, me bajo de la banqueta sin mirar al hombre. Camino con prisa hacia la fachada blanca de la Iglesia. Pregunto a un viejito que barre la entrada si ahí hay un centro comunitario. No. Me asomó y hay más hombres detrás de la Iglesia. Estos son de los jóvenes que van juntos, hablan muy fuerte y se ríen a carcajadas para demostrar su hombría. Me voy a un costado de la Iglesia para sacar mi celular con discreción. No tengo el teléfono de la coordinadora, de forma que saco el croquis donde está el número del centro. Marco y me contestan que está equivocado: desesperación absoluta. Miedo de salir a la calle de vuelta. Pasa un camión. Camión a Metro Tacubaya, $2.50.

FALLA #5.- EXCESO DE CONFIANZA
Todo parece mejor en el movimiento. Pienso que si ese camión no me deja en el Centro Comunitario, me seguiré hasta el metro. Una vez más pregunto al chofer por el lugar. Le pregunto por algunas calles y dice que no las ubica pero que sí pasa por un centro de ese tipo. Me baja junto a una preparatoria. Escondido y a un costado hay un edificio de colores. Pregunto por Eli, el contacto que me dieron, y dicen no conocerla. He llegado a un simple kinder. ¿Una iglesia? Más abajo está la de San Rafael pero está tantito retirada. Camínele ahí derecho nomás. La calle, por las escuelas, se llena de gente.

Unas seis cuadras abajo veo a tres señoras. Les pregunto, les enseño el croquis. Una me ve despectivamente y dice que estoy perdida. La segunda dice que la parroquia por la que pregunto está arriba y tiene una fachada blanca. Le digo que de allá vengo y no me cree. La tercera me dice que el Centro Comunitario está en esa Iglesia pero que no es muy conocido. No sé bien por qué pero voy pa' atrás como si esas personas me hubieran transmitido su descaro y su filosofía de arriesgar cuando no hay nada qué perder. Camión a "Jalalpa", $2.00.

FALLA #6.- COMPROMISO
Le pido al chofer que me deje frente a la Iglesia. Me avisa justo en donde se lo pedí y me bajo con pasos agigantados. Salí de mi casa a las siete y media y ahora mi reloj marca las nueve y cuarto de la mañana. Entro con actitud de conocer el lugar y decidida voy hacia la parte de atrás. Los hombres siguen ahí, así que tomo unas escaleras que no sé a dónde llevan. Mientras camino, una mujer me llama desde abajo asomada en una puerta que no había visto. Es Eli. Me nota alterada y me pide que me calme. Yo sólo quiero abrazarla pero me aferro a las ruinas de mi pudor. Cierra tras de mí la puerta con llave.

Me explica un poco sobre las actividades. Es notorio que no se sigue una estructura sino un manejo de eventualidades y que los niños son un problema. Eli toma mi mochila y me dice que la debe guardar en un locker con candado porque ya se les han perdido cosas antes. Más relajada, pienso que soy buena con los niños, puedo ser paciente, puedo manejarlos. Mentirosa. ¿De qué edades son? Desde dos hasta quince años. Deben estar por llegar. Llegan los primeros y no han pasado ni quince minutos cuando cae la gota que derrama el vaso y estoy arrepentida por todos los pecados de la humanidad. Eli dice que es una lástima que yo haya llegado el día que se cierran actividades. No entiendo y callo sin darle la gran importancia. Luego, la mujer se mete a su oficina a ver televisión augurándome que se tomará unas vacaciones dada mi llegada.

FALLA# 7.- FALTA DE CONSIDERACIÓN DE LOS GAPS
Son inegables los gaps generacionales, sociales y económicos entre los niños y yo. Afortunadamente para mí, esos criterios aún no definen sus relaciones humanas. Los que llegaron tienen 5 y 7 años, José Manuel y José Luis. Abro uno de los dos salones para improvisar una actividad: las bancas son un insulto para la salud mental y física. Los niños tampoco son de gran ayuda con la primera. Van llegando más, pero son más grandes. Son de primero y segundo de secundaria, unos seis. Más allá de llamarme Señora, no me faltan al respeto ni hacen nada ilegal; al menos eso creo hasta que voy al baño a lavar los pinceles y me doy cuenta de que los seis están encerrados ahí. Toco y me dicen nerviosamente que está ocupado. Salen uno por uno y vuelven a entrar uno por uno. Pregunto a uno de ellos qué pasa ahí. No sé. Él se encarga de informar a todos sobre mi curiosidad y cuando sale el último, cierra la puerta. Saben que para abrirla necesito una llave que no sé dónde conseguir. Me decido por la política de las putas: No questions asked.

Voy al baño de al lado. Es grande y obscuro, con un WC aislado en el rincón, sin papel por supuesto. El aguamanil está pegado a la puerta, sobra decir que no hay jabón y que gotea. Debajo hay una cubeta con agua café y de edad indefinible. Estoy lavando las cosas cuando llega José Luis y patea la cubeta. Brinco a tiempo, pero el daño está hecho y el agua en el piso. A limpiar con una jerga lo más rápido que pueda para no terminar limpiando mi propio estómago derramado. Estoy harta y entro al salón donde ya no están los niños y en su lugar hay múltiples charcos de pintura y agua para enjuagar pinceles. Los más grandes ya se fueron; los pequeños corren en la parte trasera de la Iglesia. Recuerdo la solución universal calma-niños: un balón de fútbol. Vi uno en la oficina de Eli. Listo, eso los entretendrá mientras limpio. Me atrevo a decir que el salón queda mejor recogido que antes. Ahora a cumplir con mis obligaciones normales de jugar fut con aquellos. Una hora or so en la que vi lo que realmente era el Centro Comunitario. Las escaleras por las que iba a subir cuando llegué dan a un comedor subsidiado por un patronato. Ahí llegan a comer ancianos, madres (la mayoría de catorce a diceiséis años de edad) con sus bebés, y niños de todas las edades. Supongo que en esa comunidad el peso del sustento recae sobre los hombres que trabajan todo el día en chambitas que van saliendo.

Estoy a una hora de irme. Se van todos los niños. De pronto, se aparece uno de los grandes y me hace la plática. Vamos a jugar un juego de mesa. Sale, tenemos un "Laif" pero como las instrucciones están en inglés no lo sabemos manejar. Tráetelo, ándale. Lo arma como si no fuera la primera vez que intenta usarlo. Llegan otros dos niños grandes. Uno de ellos tiene los ojos amarillos como de hepatitis. Leo las instrucciones y les explico lo básico: vamos a jugar sin acciones ni tasas, como un Turista Mundial lleno de casillas paga-cobra. Uno de ellos se fue por el camino de la Universidad y el otro por el del negocio propio. El primero organizaba su dinero sin emocionarse mucho por el sueldo. El segundo quería comprar todo lo que había, aunque así no fuera la mecánica. Cuando se aburrieron empezamos a hacer apuestas a ver quien sacaba un número más alto en la ruleta. Es curioso, pero el niño del negocio propio apostó todo y lo perdió en la primer vez.

La una, hora de irme.
Tomé mis cosas del locker. Nos vemos el Lunes. No, hime, hoy se cierran actividades. Recibimos una donación y van a construir unas canchitas para los niños, así que consideramos peligroso que andén por acá y vamos a cerrar hasta el 20 de agosto. Oculto la felicidad que quiere tomar control de mi cuerpo y hacerlo bailar por la oficina. Está bien, entonces yo le aviso a la coordinadora que se va a cancelar el servicio aquí en verano. Ok. Vuelvo a mi seriedad cuando me doy cuenta de que para irme debo salir de nuevo a la calle. Siento que estoy preparada para lo peor. Salgo. Justo afuera pasa el camión. Camión a Metro Tacubaya, $3.50.

FALLA #8.- LA REACCIÓN
Conforme bajamos por callecitas desconocidas, desniveladas y destruidas, intento convencerme de que la tensión ya pasó. ¿Por qué no puedo quitarme el peso de los hombros? Eso es: he estado dentro de Metro Tacubaya pero nunca lo he tomado desde la calle. No sé dónde está ni cómo es el rumbo. Luego de 40 minutos veo el Anillo Periférico y me tranquilizo un poco; luego más callecitas y el paradero. Tengo una idea del lugar dónde estoy pero no sé dónde está el metro. Ya no le pregunto a nadie. No tengo croquis para llegar a Tacubaya de modo que sigo a la gente y a la franja del comercio ambulante. Pasan cinco minutos y ahí está el metro. Lo abordo. Siento ganas de abrazarme de los asientos verdes y apretar los ojos porque sé que estoy cerca de casa. El transbordo, otras veces fastidioso, me es imperceptible. Son las dos y cuarto y bajo en la estación justo a la hora en que suelo bajarme. Cuando llego me arrojo a mi cama unos segundos; luego de tomar aliento y fingir una sonrisa, voy a contarle a mi familia sobre toda la gente que fue conmigo, sobre el camión de la universidad y sobre lo difícil pero constructivo que fue estar con los niños.

Un poco más tarde, llega Wong. Le cuento con frialdad un resumen de mi día y su cara va pasando por diversos gestos fársicos que me hacen ver la gravedad de todo. No puedo creer que estoy aquí. Tal vez el tipo de la gorra me alcanzó y ha hecho de mí todo lo malo que es posible hacerle a una persona. Y yo sigo bloqueándolo en mi cabeza y creo que estoy contigo cuando no lo estoy. A lo mejor ni siquiera sobreviví el caminar las primeras cuadras; todo lo que pasó después es una fantasía. Dice algo para calmarme. Me recuesto sobre su rodilla y salen unas lágrimas sin grandes aspavientos ni sollozos de tragedia. Me pongo un alto. Por alguna razón, no soy digna de Sufrimiento.