De alguna manera Uriel metió a ocho personas en su atomóvil para cuatro. En la cajuela llevábamos todas las maletas y un cristiano (en el sentido más literal de la palabra). El camino a Zumpango fue largo pero sin novedades. Sabíamos que a las tres había una misa en honor de Uriel y que debíamos llegar a la capilla, pero antes fue más que necesario pasar a la licorería —no precisamente por el vino de consagrar—. Y ya con la cajuela cargada de dos botellas de tequila, tres de whisky y un misil, los quince nos dirigimos a confesar nuestros futuros pecados en una misa con mariachi por coro. La historia relevante comienza a eso de las cinco de la tarde, hora en la que llegamos a la finca y a la combebencia. Mi hermano, en ese país de viciosos universitarios se comportó a la altura, fumando cerca de dos cajetillas en el transcurso de la noche. Casi logró pasar despercibido.
En fin, entre tantos hombres, las cuatro mujeres del grupo estábamos en todas las posibilidades de "perder" as people say, así que la técnica de "tres de refresco por una de whisky" fue más que conveniente. Hubo mucho baile, canto, risas, lágrimas, pasito duranguense y más. Para las doce, las otras tres estaban entonadas y dormidas, encerradas en un cuarto boca arriba. Con ellas, igual de exhaustos y knocked out, estaban Uriel y Lalito. No supimos de ellos hasta la mañana siguiente. Para las doce y cinco, Luis Miguel alias "El Chopper", mi pareja de baile y asusta-pretendientes borrachos, estaba en semejantes circunstancias y tuvimos que llevarlo a dormir en el cuarto contiguo después de que muy amablemente decorara el baño y parte del piso con sus exquisitas entrañas. A las doce y diez Mario y Puchi notaron mi técnica antipedatoria, y aunque me sirvieron una bien cargada con el afán de que "los alcanzara", fue fácil, dado su estado, retomar la estrategia. A las doce y cuarto se me acercó Oscar, el "amigo de un amigo":
—¿Y tú, sí lees o eres como la masa de pendejos?
Maravilloso comienzo para una guerra intelectualoide que nos llevaría hasta avanzada la madrugada. ¿Hermanos Karamazov o Crimen y castigo? ¿Carrington o Varo? ¿Escher o Schrödinger? ¿Dios o no? Así, hasta que al muchacho se le ocurrió convocar a una comitiva que se lanzara del otro lado de la finca con él e invocaran al diablo. He de mencionar sin vergüenza alguna, que soy del tipo de persona que puede tener pláticas filosóficas largas sobre la naturaleza del bien y del mal, de la esencia de la persona, de mi renuencia a creer en el alma espiritual y de mil monerías más, pero que en la práctica prefiere mantenerse alejada de aquello que no entiende. Gran manera de justificar que por maricona no me les uní en la invocación satánica. La finca se dividía en dos partes: la habitable y rodeada de jardín que se separaba de la otra, un arado abandonado y obscuro, por una valla de palos deformes y que hacían casi imposible la comunicación entre las dos áreas excepto por los extremos donde no había tal. El arado fue el lugar donde blasfemaron hasta que quedaron sin voz. Nada ocurrió ahí, pero a la vuelta en sus caras consternadas se leía lo contrario. Oscar, nervioso pero fingiendo, nos relató lo que los demás no pudieron con certeza. Cuando caminaron hacia el arado, llegaron a él por el centro y no por los extremos, pero al hacerlo no había valla que les impidiera el paso, y a su regreso, por la misma ruta se toparon de frente con ella. Algo demasiado simple y confuso como para que lo hubieran inventado, aunque los sobrios no encontramos una verdera razón por la cual Satanás perdería su tiempo en aparecer y desaparecer vallas.
Mientras su aventura ocurría, Josué, el cristiano de la cajuela me predicaba: "Satanás no juega. Ellos no saben que con sus blasfemias están insultando a Dios; que cuando llegue el día del Juicio Final, Jesús les enviará al sufrimiento eterno. Para ese día, los buenos habremos desparecido por obra divina y llamados al Santo Seno, pero los que queden en la tierra serán confrontados con una decisión fatal. Deberán marcarse. En ese entonces la única manera de identificarse y comprar en las tiendas, aún lo más básico, será por medio de un microchip injerto en la mano derecha, pero esa será la marca del Diablo, de la Bestia. ¿Tú estarías dispuesta a no marcarte? Porque si no lo haces te degollarán. Claro que te dejarías marcar. Los humanos tenemos un instinto de supervivencia y cuando veas la navaja avanzar hacia tu cuello implorarás por la marca. Por eso, hay que ser virtuosos y no llegar tarde al Señor. Debemos ser llevados con él la primera vez que nos llame. El Final está cerca y debemos estar listos. Te voy a confesar algo: tuve una Revelación y Dios me nombró su profeta. Aprovecha mis palabras porque en ellas está tu salvación". Después de media hora, el pobre Josué seguía predicando y se peleó con Cristian, el filósofo. Como sea, ya estaba borracho y lo llevamos a dormir con Luis Miguel.
De pronto, salí del cuarto y todos se habían quitado las playeras en una histeria colectiva favorecida por el alcohol. Con los cero grados de temperatura afuera, salieron a correr y golpearse unos a otros en un jugueteo homosexualoide. Mi hermano y yo, sobrios, nos consternábamos y divertíamos a ratos. Siguió la madrugada con algunas historias de terror que me cortaron el sueño y luego un fallido intento de hacer una fogata a las cuatro y media de la madrugada. Sólo quedaba un cuarto disponible, y dadas las últimas bajas, aún quedábamos en el frente siete hombres y yo. Había una cama King Size y una sofá. Yo volé al sofá y dejé que los demás se pelearan la cama. Eran las cinco de la madrugada y, ya acostados, seguían haciando bromas que imposibilitaban el dormir. Entonces Alan me pidió maquillaje y fuimos a maquillar a los dormidos de los demás cuartos. Quedaron bellísimos con los labios carmín y mejillas encendidas, sombra sobre los párpados y mensajes comprometedores en la espalda como: "Gracias por una noche maravillosa. Atte: Luis Miguel". Ya eran casi las seis de la mañana. Los hombres no cabían en la cama, de modo que Hasslam se acostó a mis espaldas pidiendo perdón pero acomodándose y tapándose con mi cobija. La incomodidad apenas me dejó dormir cuarenta y cinco minutos, al cabo de los cuales me desperté, arreglé e hice la maleta.
Cuando todos despertaron, desayunamos recordando las locuras de la noche anterior. Pusimos al tanto a Moni, Karla y Chole, quienes no podían creer que estuviéramos tan frescos tras haber dormido relativamente nada. Lo feo fue volver a la finca y tener que barrer, fregar el piso, enjuagar las jergas, etc. Había un punto en que uno no podía saber la naturaleza de las sustancias derramadas la noche anterior sobre las losas. Cristian y Luis Miguel, los culpables de la decoración del baño, lo estuvieron limpiando alrededor de una hora. Con unos six de Modelo para "curar la cruda" —que en general no existía pero era una gran excusa para seguir brindando— se terminó el viajecito a Zumpango para la mayoría. Mi hermano y yo llegamos a casa a contar una historia con vacíos aquí y allá, pero casi íntegra. Hay que consolar a los padres, ¿o no?
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