En efecto, una vez al semestre hime se desinhibe casi totalmente y es partícipe de esa vieja tradición universitaria que tanto ha criticado en sus mejores momentos: la peda. En esta ocasión el lugar fue la casa de Bavines, la razon fue en realidad nula, la excusa fue haber salido temprano de clases, los presentes fueron los zumpanguenses y algunos añadidos sin importancia.
Tuve un examen para reclutamiento la mañana del miércoles y cuando salí la comitiva ya había partido hacia los rumbos de siempre: las Azteconas ―unas micheladas exquisitas elaboradas a la vieja usanza en una abarrotería sin permiso de vender alcohol y servidas en lujosos vasos de unicel con popote para disimular el contenido―. Ellos ya llevaban un litro de cerveza de ventaja, así que no me quedó otra opción sino ir a una tiendita y comprar mi desayuno: unos llenadores panquecitos de chocolate y dos cervezas para despejar la garganta. Era comiquísimo verme andar en el Metrobus de Insurgentes con mi bolsa semitransparente donde cargaba la evidencia de los acontecimientos por venir.
La espera fue larga pero al final llegamos a la casa del pecado y fuimos a hacer justo lo que íbamos a hacer. Yo no contaba con que Luis Miguel me había guardado media Aztecona, pero eso no fue impedimento para que se sumara a mi cuenta de las dos cervecitas de lata. Cabe mencionar que era el medio día y yo debía salir de ahí a las dos y media para que mi coartada sobre mi paradero fuera válida. Así que había que darle prisa al mal paso. Lo que ocurrió después lo tengo más que grabado en la memoria, a pesar de mi renuencia a reconocerlo en público. La música era en su totalidad banda y pasito duranguense, justo lo que bailo en esas circunstancias. Bailé tanto como pude y con tantos como pude. Era como uno de esos tiburones que no pueden dejar de moverse para mantenerse vivos... eso me recuerda aquello que dice Ray Bradbury: "Bailo para no estar muerto". No creo que mis razones para el bailoteo fútil de esa tarde hayan tenido un significado tan trascendental, pero eso es harina de otro costal.
Entre baile y baile llegué a esa etapa mía en la que me pongo a decirle a la gente la cuenta de lo que he tomado. Sólo que, como era difícil descifrar el númer exacto, opté por señalar con los dedos la cantidad. Todos recuerdan mi ademán de levantar diferente número de dedos cada vez y decirles con una gran sonrisa: "Llevo así de cubas, dos cervezas y media aztecona". Mi caminar, siempre decidido, no faltó en la borrachera; sólo que se volvió en extremo gracioso porque mis movimientos de brazos y piernas estaban perfectamente coordinados para irse totalmente de lado y llevarme a todos los lugares posibles menos al destino proyectado.
Otra historia digna de hacer mención es aquella en la que fui con cada uno de los presentes para hacerles una pregunta muy humana: "¿Cómo te caigo mejor, borracha o sobria?" Si preferían no responder, entonces les decía que su respuesta en realidad era irrelevante porque no la recordaría en aboluto; de manera que entraban en confianza y, en su mayoría, terminaban por informarme que les parecía igual de simpática en ambos estados. Al fin y al cabo tenía a todos bastante divertidos con mis curiosidades. Lo mejor fue cuando, después de preguntar lo mismo muchas veces, llegué con Uriel y Moni y les dije con tambaleante seriedad: ¿Y a ustedes cómo les caigo mejor, borracha o peda? No, no era una pregunta capciosa.
Hacia el final de mi participación, tuve que ayudar a Luismi, quien se había lastimado torpemente abriendo una cerveza que no era suya. Fuimos al baño a lavarle la herida y... nos encerraron. Entonces comenzó la nueva frase del día: "No, yo soy muy fiel, ni perdida en alcohol puedo ser infiel." La nueva cantaleta duró unos veinte minutos, hasta que vi el reloj y eran cuarto para las tres. Darita ―no Dorita, Darita, y es niño, eh?― me acompañó hasta rumbos conocidos y cuidó de mí en los múltiples camiones y caminatas hasta su casa, desde donde la travesía restante se hizo más clara. Llegué a casa de la "Junta de Consejo" y dormí gran parte de la tarde.
Al día siguiente hubo un bombardeo de crudas realidades entre las cuales figuraban mis malestares post-peda, los chismes sobre lo que ocurrió después de mi partida y los rescoldos de burla por mi comportamiento del día anterior. Es curioso, pero nada de eso me molestó; supongo que es fruto de haber estado en el lugar correcto con la gente indicada. Ahhhh... trrrrr... cursi.
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