Bendito Monterroso.
Pues sí, entré oficialmente a la escuela hace unos días y comienzo a entender la dificultad de estudiar y trabajar. Brevemente se trata de lo siguiente:
Despertarse a las 6, bañarse, arreglarse, desayunar un plato de cereal y tal vez comerse una manzana en el metro camino al paradero de Tacubaya.
Tomar el camión a las 7:25 para estar llegando a la Compañía a las 8:15 y comenzar a trabajar.
Comer a las 12 como los gringos, y seguir trabajando hasta las 2:45
Pedirle ride a Dykter hasta la universidad y tomar clases de 4 a 10 luchando contra el hambre y cediendo ante ella alrededor de las 7.
Pedirle ride a Lore para que me lleve a casa y tal vez cenar algo en el camino.
Llegar como a las 11, hacer tarea entre sueños y dormir bien 5 o 6 horas.
Esta fórmula mágica no es recomendable para la salud, pero da grandes satisfacciones. Alguien me dijo que de vuelta a la escuela, las clases me iban a parecer lo más trivial y aburrido del mundo, pero curiosamente resulta todo lo contrario. Los profesores son quizá los mejores de la carrera y también los más exigentes. Las presiones son muchas pero también muy gratificantes, y el cansancio parece una forma de purificación y entrenamiento. Ir a la escuela se ha convertido en un reto casi equiparable al trabajo aunque con mayor prioridad.
Mientras permanezco cuerda la solución se asoma muy claramente a mis pensamientos. Entre las vanalidades salvavidas que nos ofrece el mundo contemporáneo, el automóvil tiene que ser mi respuesta. ¡Carajo, ojalá no hubiera roto el cochinito cuando tenía ocho años!
1 comentario:
Himeku, este reto de trabajar y estudiar es uno de los más bonito, tanto el estudio como el trabajo hacen del ser humano noble y digno.
Publicar un comentario