Algunos pasos antes de los torniquetes distinguí a un hombre muy alto parado en el andén. Tenía el cabello quebrado y largo y nada en las manos, —esta especificación es importante porque casi nunca se ve en el metro a alguien con las manos vacías de bolsas o de esas mochilas desterradas de los hombros por comodidad o por miedo a que "te bolseen"—. El hombre no llevaba nada que pudiera estorbarle; ninguna posesión, más allá de su ropa, que pudiera darle seguridad. Apenas pasé el torniquete, el gran gusano naranja hacía su aparición. Una de las puertas se abrió justo frente al hombre y yo, por la prisa y la causalidad, entré en el mismo vagón que él. Sus gritos rompieron los pocos murmullos. "Mi sensualidad...", comenzó. Y aunque no recuerdo a la perfección sus palabras, se me quedaron grabadas algunas frases.
"Y es que la sensualidad es vista como una profanación, y debería tomarse como una enfermedad de la que muchos infelices padecemos, febriles."
"Claro que tenía mis reglas, las mujeres de los amigos eran asagradas. Así preferí dejar de tratar a algunos amigos."
"Hubiera cambiado tres pláticas con Einstein por una aventura de diez minutos."
Siguió forzándose en gritar ese monólogo aprendido de memoria. La gente hacía como si lo ignorara. Yo, entre los que lo escuchábamos sin fingir pero con miedo de mirarlo a los ojos, no podía abarcar la complejidad de la escena. Llegué a mi parada. El hombre se calló y los dos bajamos. Me dirigí a la salida creyendo que él iba detrás, pero cuando voltée el hombre se había parado frente a las puertas de otro vagón como midiendo el lugar justo donde se abrirían las del próximo tren.
2 comentarios:
Oh sí, y pensar que la gente de mi escuela y las señoritas de tlalpan eran raras!
Me gusta mucho tu manera de contar!
Creo que a este paso te añadiré a mis favoritos para el que entre en mi, pueda ser catapultado hacia tus palabras!
besos!
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